Son muchos los pueblos de Castilla La Mancha que cuentan todavía con molinos de vientos en desuso como reclamo turístico. Nosotros queríamos conocer de primera mano esos gigantes de brazos largos que aparecían en el capítulo más disparatado de El Quijote. Cogimos nuestra minicamper y elegimos Consuegra como destino porque es el pueblo que más molinos tiene y está a poco más de 100km de Madrid.
Aunque acostumbrados a otros tipo de paisajes, hay que reconocer que la llanura manchega tiene también su puntito. Entre tanta inmensidad, como podéis suponer, llama muchísimo la atención cualquier elemento construido por el hombre. No nos extrañó que Don Quijote confundiese los molinos con gigantes porque cuando los ves aparecer por la llanura, eso es exactamente lo que parecen.
En menos de un abrir y cerrar de Spotify nos plantamos en Consuegra. Esta localidad toledana además de contar con un caso histórico interesante, cuenta con nada menos que doce molinos de viento. Los molinos se encuentran en el Cerro Calderico junto a un castillo de origen árabe. Todos ellos pertenecen al siglo XIX y pudimos comprobar que tienen nombre: Clavileño, Espartero, Rucio, Caballero del Verde Gabán, Chispas, Alcancía, Cardeño, Vista Alegre, Sancho, Mochilas, Mambrino y Bolero.
Bolero sirve como Oficina de Turismo, Rucio como museo de la molienda con el que poder comprender el funcionamiento de los molinos y Caballero del Verde Gabán es un gastromolino de en el que se pueden degustar platos y productos típicos de la tierra.
Aunque nos llevó un ratito ver todos los molinos y el castillo, para nosotros que estamos acostumbrados a andar, las piernas nos pedían algo más de marcha. Decidimos dejar la furgoneta aparcada en la oficina de turismo para pernoctar horas después y bajar al pueblo a dar una vueltecita porque vimos muchísimo ambiente a nuestra llegada. Era el último sábado de agosto y pudimos enterarnos que por la noche iba a tener lugar la tradicional rifa del Cristo de la Vera Cruz en la plaza de España con las donaciones que habían aportado la gente del pueblo de Consuegra.
Había de todo lo que podáis llegar a imaginar: un jamón, una bicicleta, quesos, dulces, ropa, libros y un montón de animales (cosa que nos llamó muchísimo la atención). Ari, que es más inocente que el asa de un cubo, se puso muy contenta al ver que viajaba alegre un corderito en una furgoneta. Su semblante cambió cuando vio cómo aquel lugareño bajaba el corderito de la furgoneta de forma muy poco cariñosa y le llevaba junto a las gallinas que intentaban constantemente darse a la fuga de una jaula improvisada con unas maderas ante la atenta mirada de unos niños que parecían felices con la situación. ¡Ay, ay, ay…! Que ese corderito inocente iba a ser parte de la rifa de la noche y no creemos que fuesen a pujar por él para tenerlo en el salón de su casa haciéndole mimos.
Cada vez iba llegando más gente a la plaza. Nosotros nos estábamos acabando nuestro refresquito cuando empezó la rifa. ¡Madre mía!¡Qué vitalidad la del presentador!¡Qué ímpetu!¡Qué verborrea!. Todo cuanto hiciese falta para que los del pueblo y allegados se rascasen el bolsillo en honor al Cristo de la Vera Cruz.
Ahí los dejamos hasta bien entrada la noche porque nos dio tiempo a subir de nuevo a la furgoneta, cenar, bajar otra vez al pueblo a por un heladito y un poco de agua, dar otra vuelta por la plaza, ver la cara de pánico de una señora al ver llegar de la nada los 90Kg de Javi que tropezó y salió enfilado hacia ella con el perro bien sujeto de la correa, subir de nuevo a la furgoneta y consumir la primera etapa de sueño mientras allí seguían rifando cosas y gastándose la pasta.
El paisaje desde aquel lugar era espectacular y tenemos una de las fotos más bonitas hasta el momento. Se veía todo el pueblo iluminado… Bueno, todo lo que las orejas de nuestro perrete nos dejaban ver. Aquel gigante nos abrazó y nos dejó en manos de Morfeo hasta la mañana siguiente.
Con los primeros rayos de sol, bajamos a un aparcamiento que se encontraba al principio de la carretera que subía hacia los molinos que estaba bastante apañado y contaba con unas mesas en las que pudimos desayunar cómodamente para emprender nuestro viaje de regreso a casa.