Casi siempre elegimos el destino de nuestro viaje dejándonos llevar por el encanto de las fotos de bosques, playas, ríos, cascadas, montañas, etc. Esta vez, la elección estuvo condicionada por nuestra adicción por las palmeras de chocolate y decidimos irnos a la capital mundial de las palmeras: Morata de Tajuña. Con una pequeña ruta programada como excusa, salimos de Madrid a la búsqueda de la palmera perfecta.
En un abrir y cerrar de ojos llegamos a Morata de Tajuña, un pequeño pueblo situado al sureste de Madrid, que en los últimos años ha puesto en el mapa sus célebres palmeritas. La fiebre palmeril ha sido tal que en las últimas fiestas entre seis pastelerías han llegado a despachar más de 200.000 palmeras en dos días.
Llegamos con nuestra minicamper el aparcamiento de la Piscina Municipal, muy cerca de un merendero y una zona de calistenia. El sitio nos pareció perfecto para pernoctar así que hicimos como de costumbre y dejamos ya montado el mueble para pasar allí la noche. Cogimos la mochila y nos bajamos al pueblo para echar un primer vistazo a su casco histórico que se encontraba en obras y no lucía del todo bonito. Conscientes de nuestra adicción y sin decirnos nada el uno al otro, mirábamos de reojo los escaparates de las pastelerías para hacernos un mapa mental de su ubicación y poder encontrarlas fácilmente más adelante.
Tenemos que contaros que somos judokas y tenemos que cuidar la alimentación y controlar nuestro peso para intentar mantenernos en los varemos de la categoría en la que competimos. Esto hizo que nos cortásemos un poco más en este viaje porque teníamos una competición programada en un par de semanas. De lo contrario, podríamos haber batido el récord de las 200.000 palmeras en un solo día de pernocta.
Una vez realizada la primera visita de reconocimiento, nos sentamos en una terracita y decidimos picar algo porque ya se nos había echado encima la hora de comer. Tras el café, volvimos a subir a la furgoneta para descansar un poco porque la noche anterior no habíamos dormido mucho y estábamos rotos de sueño. ¡Es impresionante lo bien que dormimos en la minicamper! Tras una siesta reparadora de dos horitas, nos decidimos a patear un poquito por los alrededores descubriendo una senda que llamaban El Bosque que no estaba mal y nos descubrió algún rinconcito chulo para tomar unas fotos que bien podrían valer para anunciar una película de cine quinqui.
Ya de vuelta al lugar donde estuvimos aparcados, decidimos cenar en el merendero y volver a bajar al pueblo para comprobar que seguía en obras y encontrarnos de sopetón con los ensayos de algo muy típico allí: La Pasión de Morata. Declarado de interés turístico, es uno de los acontecimientos religiosos y culturales más impresionantes de la Comunidad de Madrid llegando a reunir a miles de curiosos, objeto de noticias de prensa, radio y televisión.
Sin más, volvimos a nuestra furgoneta y dormimos hasta el día siguiente para estar frescos para una nueva caminata. Esta vez madrugamos un poco y después de desayunar emprendimos la marcha hacia una ruta que comenzaba donde acababa el pueblo. Ahí fue cuando la llamada de las palmeritas sonó fuerte para nosotros y tuvimos que degustar un puñadito de dos pastelerías diferentes. La pastelería más cutrecilla que te podías imaginar es la que tenía las mejores palmeras. Llegamos a la conclusión como buenos entendidos en la materia que el almíbar era el secreto de esas palmeras y esto hacía que el hojaldre estuviese tan blandito. Había un montón de coberturas diferentes: las había de chocolate normal, fondant, blanco, rellenas de nata, pistacho… Un orgasmo para el paladar que cabía en la palma de la mano. ¡Pequeñas pero ricas de cojones!
Con la tripa llena se piensa mejor y decidimos no hacer la ruta que teníamos programada que tenía toda la pinta de ser una frivolidad de un novato en Wikiloc y meternos una buena pateada de 15km para hacer una sencilla ruta en la que pueden verse los escenarios de la Batalla del Jarama, que se produjo entre el 6 y el 27 de febrero de 1937. Después de los dos fallidos intentos del Bando Nacional de tomar Madrid primero desde la sierra de Guadarrama y después desde la Ciudad Universitaria, el Gobierno republicano se trasladó a Valencia. Esta circunstancia convirtió la zona de la Marañosa en un punto estratégico para cortar las comunicaciones y los suministros entre Madrid y Valencia, unidos por la carretera N-III.
En la ruta pudimos ver refugios, trincheras y algún que otro fortín pero es una pena que hayan echado el resto en un Museo de La Batalla del Jarama y lo que podemos ver y disfrutar en la naturaleza, en el mismo escenario dónde todo ocurrió se encuentre en tan mal estado de mantenimiento y señalización. ¡Es incomprensible! ¿Cuesta mucho señalizar bien esta ruta y poner unos cuántos carteles explicativos? . Con esa sensación agridulce acabamos nuestro viaje y volvimos a casa con la satisfacción de otra excursión más en la mochila.